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Ajo

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El ajo es una «planta de la familia de las liliáceas, de 30 a 40 cm de altura, [...] El bulbo es también blanco, redondo y de olor fuerte y se usa mucho como condimento».[1]

  • «De vuelta a su casa armó los tres pucheros con el minucioso cuidado que la cocina española exige, y empezó a hacer su arroz en la cacerola. Aquel día no hubo en la cocina cacharro que no funcionara. Después de freír la cebolla y de machacar el ajo y de picar el menudillo, cuando ninguna cosa importante quedaba olvidada, lavose la pecadora las manos y se fue a peinar, poniendo más cuidado en ello que otros días. Pasó el tiempo; la cocina despedía múltiples y confundidos olores».[2]
  • «El poder de la imaginación quijotesca es tal, que él puede transformar a una yegua desvencijada en el brioso corcel Rocinante. ¿Y quién es la señora ideal de don Quijote?: ¿una simple muchacha campesina, de voz poderosa y olor a ajo, o la dulce princesa Dulcinea?».[3]
    • Carlos Fuentes
    • Fuente: «El siglo de oro.» El espejo enterrado (2016)

En el Quijote de Cervantes

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Página principal: El Quijote
  • «No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie».[4]
  • «Pluguiese a Dios que fuese antes hoy que mañana, aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre en aquel coche: "¡Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y cómo va sentada y tendida en el coche, como si fuera una papesa!"».[4]
  • «Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegé a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma».[4]
  • «— Tomaros he yo —dijo don Quijote—, don villano, harto de ajos, y amarraros he a un árbol, desnudo como vuestra madre os parió; y no digo yo tres mil y trecientos, sino seis mil y seiscientos azotes os daré, tan bien pegados que no se os caigan a tres mil y trecientos tirones. Y no me repliquéis palabra, que os arrancaré el alma».[4]

Refranes, dichos, etc.

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Página principal: Ajo (refranes)

Referencias

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  1. Real Academia Española. «ajo.» Diccionario de la lengua española (edición del Tricentenario, actualización 2019). Consultado el 7 de mayo de 2020.
  2. Pérez Galdós, Benito. Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas), pp. 106-107. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001. Madrid, Imprenta de La Guirnalda, 1887. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Consultado el 15 de noviembre de 2020.
  3. Fuentes, Carlos. El espejo enterrado. Penguin Random House Grupo Editorial México, 2016. ISBN 6073139381, 9786073139380. En Google Books. Consultado el 7 de mayo de 2020.
  4. 4,0 4,1 4,2 4,3 4,4 Cervantes (2010).

Bibliografía

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