El camino (novela)
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El camino | |||||||||||
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Título original | El camino | ||||||||||
Autor | Miguel Delibes | ||||||||||
Publicación | 1950 (hace 71 años) | ||||||||||
Idioma | español |
El camino es una novela de Miguel Delibes, publicada en 1950.
Citas[editar]
- «Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal».[1]
- Fuente: Los estragos del tiempo, ed. definitiva de El camino, La mortaja y La hoja roja. Col. Mis libros preferidos, vol. i, prólogo de Giuseppe Bellini, Barcelona, Ediciones Destino, 1999, p. 25.[1]
Citas sobre la obra[editar]
- «... y que D. José, el cura —uno de los personajes— expone en su habitual predicación de los domingos a los habitantes del pueblo: Dios señala a cada uno un camino y la felicidad consiste en seguirlo por muy humilde que sea, y no buscar otro por ambición».[1]
- Luis López Martínez
- Fuente: La novelística de Miguel Delibes, Murcia, Publicaciones del Departamento de Literatura Española, Universidad de Murcia, 1973, pp. 67-68.[1]
Citas por autor[editar]
- «Estos niños que corretean y hacen travesuras a lo largo de las páginas de mis libros pueden ser niños burgueses o de gente bien, o niños olvidados, pobres y desatendidos, pero hay uno, el Mochuelo, en la […] novela El camino, que no es ni lo uno ni lo otro, que viene a resumir el sentido de mi obra ante el progreso y, en consecuencia, uno de los pilares en que aquélla se asienta: la defensa de la naturaleza».[1]
- Fuente: Los niños. Las mejores páginas del gran escritor sobre el mundo maravilloso y dramático de la niñez. Barcelona, ed. Planeta, 1994, p. 11.[1]
- «Hace más de medio siglo, cuando pergeñaba mi novela El camino, hice un gran descubrimiento: se podía hacer literatura escribiendo sencillamente, de la misma manera que se hablaba. No eran precisas las frases o construcciones complicadas. No se trataba de hacer literatura en el sentido que los jóvenes de mi tiempo entendíamos en el lenguaje rebuscado y grandilocuente, sino de escribir de forma que el texto sonara en los oídos del lector como si lo estuviéramos contando de viva voz».[1]
- Fuente: Discurso de clausura del II Congreso de la Lengua Española, Valladolid, 19 de octubre de 2001.[1]