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Matilde de la Torre

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Matilde de la Torre
«Para verificar la verdadera conquista de América, lo que urge, no es hispanizar a América sino europeizar a España».
«Para verificar la verdadera conquista de América, lo que urge, no es hispanizar a América sino europeizar a España».
Véase también
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Matilde de la Torre (Cabezón de la Sal, 14 de marzo de 1884 - México, 19 de marzo de 1946) fue una periodista, escritora, pedagoga y política socialista española.

  • «Confundimos el mérito con la recompensa como si necesariamente el premio hubiera de seguir al trabajo».[1]
  • «España ha sido relegada en el concierto europeo al lugar que hoy ocupa, por haber abandonado las locuras de Don Quijote para seguir la menguada ambición de Sancho Panza [...] Si Don Quijote es vencido en sus empresas, no lo es por la calidad de sus ideales sino por la insuficiencia y el anacronismo de sus medios».[2]
  • «Que Don Quijote, verdadero Rey de España, maneje el arado en su propio huerto sin dejar de mantener la lanza en su astillero».[3]
  • «Para verificar la verdadera conquista de América, lo que urge, no es hispanizar a América sino europeizar a España».[4]
  • «Pueblo sin industria es pueblo muerto».[5]

Sobre ella y su obra

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  • «Matilde de la Torre (humanista utópica) tenderá siempre a volcarse maternalmente en los demás y a ver el mundo, la vasta humanidad, como posibilidad de cambio al alcance de la mano de toda criatura de buena voluntad».[6]

Matilde de la Torre (in memoriam)

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  • «Matilde de la Torre ha muerto hace tres años en el destierro, en Cuernavaca (México).[7] España, con su muerte, ha sufrido irreparable pérdida... y no lo ha sabido. Por el triste sino de ser mujer —en España, todavía constituye, en la practica, inferioridad notoria pertenecer al sexo femenino—, su eminente personalidad no alcanzó la fama que la de cualquier varón hubiese indudablemente logrado con la mitad de sus merecimientos. No solo culta, sino erudita, es escritora notabilísima; escribió un libro, Don Quijote, rey de España, que paso inadvertido y que hubiera debido ponerla en primera fila entre los ensayistas españoles, del siglo XX. Folklorista y musicóloga apasionada, además de distinguidísima pianista, creó con elementos populares de su tierra montañesa el extraordinario coro «Voces Cántabras» que, bajo su dirección, obtuvo en Londres resonante triunfo. En Madrid, apenas unos cuantos profesionales y apasionados de la música se dieron cuenta de su importancia.
    El mismo Partido Socialista a cuyas actividades consagró con entusiasmo y abnegación inigualables los últimos años de su vida, tampoco supo estimarla en cuanto mereciera. Recuerdo una mañana de 1934 en Madrid, en el Congreso de los Diputados, en una reunión de la minoría socialista. Volvía ella de Asturias, enferma, rendida de la lucha; vino directamente del tren a la Cámara para informar a sus compañeros de la situación en su distrito. Estaba tan cansada que apenas podía sostenerse. Apoyó la cabeza en la pared, cerró los ojos y habló... como ella hablaba cuando tenía el corazón herido... Fernando de los Ríos, que estaba sentado junto a mí, me dijo temblando de emoción: ¡Pero esta mujer es admirable!. Yo, dolida por el tono de sorpresa que había en su exclamación, respondí con no poca amargura femenina: ¿Pero es que aún no se habían enterado ustedes?...
    Bien puede decirse que ha dado la vida por la causa; para ella, tan frágil de salud no ha existido trabajo imposible por duro que fuese. La enfermedad que la llevó al sepulcro, una tuberculosis pulmonar, fue consecuencia de una mal curada pleuresía contraída en un viaje de propaganda por Extremadura. Ha muerto sola, pobre, ya que todos sus bienes fueron confiscados al terminar la Guerra Civil, atendida por un reducidísimo grupo de correligionarios, desterrados como ella.
    Yo he sido demasiado amiga suya para poder hacer de su muerte motivo de literatura; desde que ella ha desaparecido, hay para mi rincones del pensamiento que nunca volveré a penetrar. Solo un hecho quiero recordar: su magnífica biblioteca—más de tres mil volúmenes— ha sido quemada por los barbaros en el jardín de su casa solariega; sobre los libros, quemaron su retrato al óleo. Lo cual demuestra harto que, de no haber logrado escapar a tiempo de España, hubiese muerto como Savonarola, en quien tantas veces nos hizo pensar, tal vez no en la hoguera, más sí, seguramente, por mano del verdugo».[8]

Referencias

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  1. de la Torre (1928/2000), p. 53.
  2. Citando la edición de 1928 [pp. 102,103,107]. Por Márquez, Francisco (2018). Nueve mujeres en las cortes de la II república. Cumio. 
  3. de la Torre (1928/2000), p. 42.
  4. de la Torre (1928/2000), p. 41.
  5. de la Torre (2000), p. 23.
  6. Torre, Matilde (2000). Don Quijote, rey de España. Universidad de Cantabria. p. 22. ISBN 9788481022575. 
  7. en línea
  8. María de la O Lejárraga. Una mujer por caminos de España. Recuerdos de una propagandista. Editorial Losada, Buenos Aires, 1952, reeditado por Ed. Renacimiento, Sevilla. 2019. Ediciones en GLibros.

Bibliografía

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  • Torre, Matilde (2000). Don Quijote, rey de España. Antonio Martínez Cerezo. Universidad de Cantabria. Recuperando el texto de la edición de 1928, de la Editorial Montañesa. ISBN 9788481022575.