Diferencia entre revisiones de «Sófocles»

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Revisión del 09:17 1 oct 2009

Sófocles (495 adC. - 406 adC.). Poeta trágico griego. Autor de Antígona, Edipo Rey, Áyax, Edipo en Colona y Electra, entre otras tragedias.

Citas

"Hay algo amenazante en un silencio demasiado grande."
  • "Al hombre perverso se le conoce en un solo día; para conocer al hombre justo hace falta más tiempo."
  • "Al igual entre las hojas del gran álamo negro, aunque no sea otra cosa que su copa, cualquier aire la agita y levanta como una pluma". (Ayax Locro)
  • "Cásate: Si por casualidad das con una buena mujer serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para un hombre."
  • "De todos los males, los más dolorosos son los que se infringe uno mismo."
  • "El hombre es aire y sombra solamente" (Estobeo, IV 34, 52).
  • "El que es bueno en familia, es también buen ciudadano."
  • "El saber es la parte más considerable de la felicidad."
  • "Es terrible hablar bien cuando se está errado."
  • "Hay algo amenazante en un silencio demasiado grande."
  • "Hijo, calla. Muchas ventajas tiene el silencio". (Los Aléadas )
  • "La alegría más grande es la inesperada."
  • "La imagen de yeso retumbó por el golpe sobre su antiguo pie" (Ayax Locro).
  • "La obra humana más bella es la de ser útil al prójimo."
  • "La vida más dulce es la de no pensar en nada."
  • "Los hijos son las anclas que atan a la vida a las madres."
  • "Los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo."
  • "Nada temo, pues mantengo la verdad, que es poderosa."
  • "Noble cosa es, aún para un anciano, el aprender."
  • "No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores".
  • "No indagues todo. El que muchas cosas también pasen desapercibidas es hermoso"(Los Aléadas).
  • "Ocasiones hay en que la justicia misma produce entuertos."
  • "Para quien tiene miedo, todos son ruidos."
  • "Quien no haya sufrido lo que yo, que no me de consejos."
  • "Un día basta para hacer subir o bajar todas las fortunas humanas."
  • "Vale más fracasar honradamente que triunfar debido a un fraude."
  • Un fragmento paradigmático de la ironía trágica de Sófocles se aprecia en el siguiente fragmento (Edipo Rey vv. 950-1072):

"EDIPO.- ¡Oh Yocasta, muy querida mujer! ¿Por qué me has mandado venir aquí desde palacio?

YOCASTA.- Escucha a este hombre y observa, al oírle, en qué han quedado los respetables oráculos del dios.

EDIPO.- ¿Quién es éste y qué me tiene que comunicar?

YOCASTA.- Viene de Corinto para anunciar que tu padre, Pólibo, no está ya vivo, sino que ha muerto.

EDIPO.- ¿Qué dices, extranjero? Anúnciamelo tú mismo.

MENSAJERO.- Si es preciso que yo te lo anuncie claramente en primer lugar, entérate bien de que aquél ha muerto.

EDIPO.- ¿Acaso por una emboscada, o como resultado de una enfermedad?

MENSAJERO.- Un pequeño quebranto rinde los cuerpos ancianos.

EDIPO.- A causa de enfermedad murió el desdichado, a lo que parece.

MENSAJERO.- Y por haber vivido largos años.

EDIPO.- ¡Ah, ah! ¿Por qué, oh mujer, habría uno de tener en cuenta el altar vaticinador de Pitón o los pájaros que claman en el cielo, según cuyos indicios tenía yo que dar muerte a mi propio padre? Pero él, habiendo muerto, está oculto bajo tierra y yo estoy aquí, sin haberlo tocado con arma alguna, a no ser que se haya consumido por nostalgia de mí. De esta manera habría muerto por mi intervención. En cualquier caso, Pólibo yace en el Hades y se ha llevado consigo los oráculos presentes, que no tienen ya ningún valor.

YOCASTA.- ¿No te lo decía yo desde antes?

EDIPO.- Lo decías, pero yo me dejaba guiar por el miedo.

YOCASTA.- Ahora no tomes en consideración ya ninguno de ellos.

EDIPO.- ¿Y cómo no voy a temer al lecho de mi madre?

YOCASTA.- Y ¿qué podría temer un hombre para quien los imperativos de la fortuna son los que lo pueden dominar, y no existe previsión clara de nada? Lo más seguro es vivir al azar, según cada uno pueda. Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, pues muchos son los mortales que antes se unieron también a su madre en sueños. Aquel para quien esto nada supone más fácilmente lleva su vida.

EDIPO.- Con razón hubieras dicho todo eso, si no estuviera viva mi madre. Pero como lo está, no tengo más remedio que temer, aunque tengas razón.

YOCASTA.- Gran ayuda suponen los funerales de tu padre.

EDIPO.- Grande, lo reconozco. Pero siento temor por la que vive.

MENSAJERO.- ¿Cuál es la mujer por la que temen?

EDIPO.- Por Mérope, anciano, con la que vivía Pólibo.

MENSAJERO.- ¿Qué hay en ella que los induzca al temor?

EDIPO.- Un oráculo terrible de origen divino, extranjero.

MENSAJERO.- ¿Lo puedes aclarar, o no es lícito que otro lo sepa?

EDIPO.- Sí, por cierto. Loxias afirmó, hace tiempo, que yo había de unirme con mi propia madre y coger en mis manos la sangre de mi padre. Por este motivo habito desde hace años muy lejos de Corinto, feliz, pero, sin embargo, es muy grato ver el semblante de los padres.

MENSAJERO.- ¿Acaso por temor a estas cosas estabas desterrado de allí?

EDIPO.- Por el deseo de no ser asesino de mi padre, anciano.

MENSAJERO.- ¿Por qué, pues, no te he liberado yo de este recelo, señor, ya que bien dispuesto llegué?

EDIPO.- En ese caso recibirías de mí digno agradecimiento.

MENSAJERO.- Por esto he venido sobre todo, para que en algo obtenga un beneficio cuando tú regreses a palacio.

EDIPO.- Pero jamás iré con los que me engendraron.

MENSAJERO.- ¡Oh hijo, es bien evidente que no sabes lo que haces...

EDIPO.- ¿Cómo, oh anciano? Acláramelo, por los dioses.

MENSAJERO.- ...si por esta causa rehúyes volver a casa!

EDIPO.- Temeroso de que Febo me resulte veraz.

MENSAJERO.- ¿Es que temes cometer una infamia para con tus progenitores?

EDIPO.- Eso mismo, anciano. Ello me asusta constantemente.

MENSAJERO.- ¿No sabes que, con razón, nada debes temer?

EDIPO.- ¿Cómo no, si soy hijo de esos padres?

MENSAJERO.- Porque Pólibo nada tenía que ver con tu linaje.

EDIPO.- ¿Cómo dices? ¿Que no me engendró Pólibo?

MENSAJERO.- No más que el hombre aquí presente, sino igual.

EDIPO.- Y ¿cómo el que me engendró está en relación contigo que no me eres nada?

MENSAJERO.- No te engendramos ni aquél ni yo.

EDIPO.- Entonces, ¿en virtud de qué me llamaba hijo?

MENSAJERO.- Por haberte recibido como un regalo -entérate- de mis manos.

EDIPO.- Y ¿a pesar de haberme recibido así de otras manos, logró amarme tanto?

MENSAJERO.- La falta hasta entonces de hijos lo persuadió del todo.

Edipo.- Y tú, ¿me habías comprado o encontrado cuando me entregaste a él?

MENSAJERO.- Te encontré en los desfiladeros selvosos del Citerón.

EDIPO.- ¿Por qué recorrías esos lugares?

MENSAJERO.- Allí estaba al cuidado de pequeños rebaños montaraces.

EDIPO.- ¿Eras pastor y nómada a sueldo?

MENSAJERO.- Y así fui tu salvador en aquel momento.

EDIPO.- ¿Y de qué mal estaba aquejado cuando me tomaste en tus manos?

MENSAJERO.- Las articulaciones de tus pies te lo pueden testimoniar.

EDIPO.- ¡Ay de mí! ¿A qué antigua desgracia te refieres con esto?

MENSAJERO.- Yo te desaté, pues tenías perforados los tobillos.

EDIPO.- ¡Bello ultraje recibí de mis pañales!

MENSAJERO.- Hasta el punto de recibir el nombre que llevas por este suceso.

EDIPO.- ¡Oh, por los dioses! ¿De parte de mi madre o de mi padre lo recibí? Dímelo.

MENSAJERO.- No lo sé. El que te entregó a mí conoce esto mejor que yo.

EDIPO.- Entonces, ¿me recibiste de otro y no me encontraste por ti mismo?

MENSAJERO.- No, sino que otro pastor me hizo entrega de ti.

EDIPO.- ¿Quién es? ¿Sabes darme su nombre?

MENSAJERO.- Por lo visto era conocido como uno de los servidores de Layo.

EDIPO.- ¿Del rey que hubo, en otro tiempo, en esta tierra?

MENSAJERO.- Sí, de ese hombre era él pastor.

EDIPO.- ¿Está aún vivo ese tal como para poder verme?"